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Testimonio de Rafa Pou

Unas pobres, torpes, limitadísimas palabras sobre mi primo Marcos.

“Sí, Rafa, si lo bueno del Señor es que hasta de la mierda saca petróleo…” – me dijo Marcos alegremente, con esa mezcla de misticismo y de realismo “tierra-tierra”, de humor y de profundidad, de cariño, que lo hacían tan humano.
Era el año 2009 o 2010, y estábamos los primos mayores reunidos en un bar de Major de Sarrià. Una “pouada”, aprovechando una visita mía a Barcelona. Y les estaba contando de ciertos hechos y situaciones muy dolorosas de las que, sin embargo, Dios estaba sacando mucho bien. Fue entonces cuando él se salió con esa respuesta jocosa, que nos dio mucho que reír y que pensar.

Me acordaba de ésta y de otras anécdotas durante las eternas horas de viaje que separaban Roma de Barcelona el fin de semana pasado. Cuando te llega una noticia como la del domingo, todos los tópicos son insuficientes, y sólo te queda levantar los ojos al cielo. Claro que se podría acudir a aquello de los clásicos de que “muore giovane chi è caro agli dei”, o a lo que decía Séneca de que «cuanto más ha brillado el fuego, más pronto se extingue (…) así sucede con las almas, que cuanto más brillantes son, simplemente por eso duran menos”. Y sería verdad. Porque, efectivamente, un gran fuego le consumía, un fuego que se manifestaba en sus conversaciones y en sus mensajes. Llevo muchos años fuera de casa, y en los últimos tiempos no he tenido tantas ocasiones de hablar con Marcos. Durante mis años en Salamanca, sin embargo, nos escribíamos con cierta frecuencia, alguna vez hablábamos por teléfono, y no dejábamos de quedar a tomar algo cuando pasaba yo por Barcelona, solos o con otros de mis primos. Fue sobre todo en esos años cuando pude asomarme un poquito a ese fuego llevaba por dentro y que le estaba transformando, cuando le escuchaba hablar con ese ardor de su encuentro con Cristo, de la experiencia de su amistad y de su amor, de ese deseo que iba naciendo en él de corresponderle y de entregarse al Señor. Pero todo esto no basta para comprender.

También sería verdad decir que se quedará siempre en nuestra memoria, pero sería poco, muy poco, demasiado poco. Y repugnantemente fácil sería salirse con aquello de que “había cumplido su misión”. Pero no…¡nada de eso! Un tío genial, rebosante de vida, con toda una vida por delante, recién entregada al Señor en su entrada al seminario de Barcelona…¿y se acabó? No. Yo creo no. Yo creo que su misión acababa de empezar. Es más, acaba de empezar. Me he acordado mucho de Santa Teresita de Lisieux, patrona de las misiones, que murió con 24 años, sólo uno más que Marcos. Esta doctora de la Iglesia decía que pasaría su Cielo haciendo el bien en la Tierra, que ahora, con la muerte, es cuando su misión comenzaba de verdad. Entonces es cuando podría cumplir su deseo de ser misionera hasta la consumación de los siglos, llevando a las almas a Dios. Y así, estoy seguro que Marcos va estar más activo que nunca a partir de ahora. Tocando desde Dios nuestras conciencias, alcanzándonos gracias y despertando nuestros corazones con el ejemplo de su vida entregada. Nuestras vidas no pueden seguir igual.

Y es que demasiado a menudo pensamos en la misión de los sacerdotes y personas entregadas a Dios…en clave de lo que hacen o dicen. Y no es que esté mal. Pero no basta. Olvidamos que mucho más importante, es su vocación de ser signos. De ser un dedo señalando hacia el Cielo. De ser, aun con sus límites y defectos, un fuego en el que se refleje un poco de la luz de Cristo Resucitado, un destello suyo que nos recuerde que está ahí, que Dios nos ama, que sólo en Cristo encontraremos la felicidad infinita a la que aspira nuestro corazón, que vale la pena darlo todo por Él. La vida y la muerte de Marcos han sido un mensaje de Dios a Barcelona, un mensaje de Dios para mí y para ti, escrito en negrilla, mayúscula y con doble subrayado. Y si Dios ha querido permitir que la semilla de su vida caiga y muera para dar fruto, que su sangre sea semilla de nuevos cristianos…la peor traición que le podríamos hacer es no acoger ese mensaje en nuestro corazón, no dejar que fructifique, no acoger la vida que nos quiere comunicar. De eso creo que nos habla la liturgia de Cuaresma cuando repite aquello de “si escucháis hoy la voz de Dios, no endurezcáis vuestro corazón”. La vida de Marcos es un testimonio y un desafío, una luz, una llamada y un reto. Es un guante arrojado en nuestra puerta. Con un regalo como Marcos no hay que hablar de “comprender”. Hay que acogerlo. Y hacerlo vida.